Jaimito había estado pasando malos meses en la escuela, siempre peleando con el profesor.
“Mira Jaimito, estoy cansado de tu actitud en el salón de clases. Si no quieres cooperar, puedes irte. Pero recuerda, allá afuera está la realidad de la vida. Nadie te va a querer contratar ni darte trabajo porque no estás capacitado en nada.
– Para lo que me importa, tomaré el riesgo. Cualquier cosa es mejor que seguir en esta aburrida escuela con clases aburridas y pésimos maestros”.
Jaimito renunció a la escuela ese día y se fue a probar suerte en el mundo laboral. Para su mala fortuna, se encontró con la cruda realidad que le había dicho el profesor: nadie quería contratar a un niño sin estudios. Después de muchos rechazos, llegó a una granja donde lo recibió un hombre que le abrió la puerta.
“Mira niño, el único trabajo que te puedo ofrecer es limpiar el estiércol de mi vaca Dorotea. Se la pasa día y noche y necesito que alguien la limpie. ¿Te interesa el trabajo sí o no?”
“Mira, ahora mismo tomo el trabajo que sea. Estoy desesperado y no tengo dinero para comer”.
“Perfecto, podemos empezar inmediatamente. Pero solo por favor lléname estas formas con tu información”.
“Señor, yo no puedo llenar esas formas. Es que no sé escribir”.
“¿Qué no sabes escribir a tu edad? Lo siento, pero no te puedo contratar”.
“Pero señor, me tiene que ayudar. Tengo muchísima hambre”.
“Toma esta manzana y por favor, retírate de mi propiedad, joven sin educación”.
Cuando Jaimito iba de regreso a casa, un hombre se le acercó y le dijo: “Oye niño, esa manzana se ve buena. Te ofrezco dos dólares por ella”. Jaimito la vendió y fue al supermercado y compró cuatro manzanas con el dinero que le habían dado. No había pasado mucho tiempo cuando ya tenía un puesto en la feria donde vendía sus manzanas.
El tiempo pasó y Jaimito creció y pronto tenía puestos por toda la ciudad vendiendo manzanas. A raíz de esto, amasó una gran fortuna. Ya no sabía dónde poner tanto dinero, así que decidió ir al banco a abrir una cuenta y depositar todo su dinero.
“Bienvenido, señor Jaime. Es un honor tenerlo aquí queriendo hacer negocios con nuestro banco. ¿En qué podemos ayudarlo?”
“Fíjese que tengo una fortuna de dinero en efectivo y quiero abrir una cuenta de banco para poder meter todo mi dinero a la cuenta”.
“Entiendo, entiendo. Vino al lugar correcto. Solo necesito que me llene unas formas con esta información para poder abrir la cuenta”.
“Perdón, señor. Lo siento, pero yo no sé escribir”.
“¿Cómo es posible que un hombre como usted, que es un número uno en los negocios, no sepa escribir? Increíble. ¿Se ha imaginado dónde estaría ahorita si hubiera aprendido a escribir desde pequeño?
– Sí, todo el tiempo estaría limpiando el estiércol de mi vaca Dorotea.
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